LONDRES, 1976
Cuando yo era joven, hace ya tanto tiempo
que ni siquiera reconozco ese hecho físico, paseando por Londres con los ojos
desorbitados de quien pisa esa ciudad por vez primera, me topé con un gran
panel publicitario –el equivalente a una valla de aquí, pero tamaño king-size--, con la imagen de perfil de
un joven apuesto y repeinado. Junto a él, en la valla, figuraba un nombre
(Ramón Novarro) y un título (Ben Hur), todo voceado en grandes caracteres. Me
quedé atónito, sin saber si esa imagen de Ben
Hur de tintes art decó
correspondía a un nuevo estreno, cosa que descarté de inmediato al darme cuenta
de que iba acompañada de una fecha bien visible: 1926. Confundido, sin entender
muy bien el mensaje de esa valla, anduve unos pasos hasta darme de bruces con
una fachada plagada de iconos y luminarias. Me encontraba en Leicester Square,
frente al mítico Empire, que relucía como los chorros del oro. ¿Quién era el
tal Ramón Novarro? El nombre parecía español, incluyo llegué a pensar en un
error de transcripción y que en lugar de Novarro se llamara Navarro. ¿Cómo era
posible tal homenaje a Ben Hur sin
Charlton Heston? ¿Había cine de tales hechuras en 1926?..., fueron algunos de
los interrogantes que vinieron a mi mente.
Poco tiempo después descubrí que sí, que ya
había cine del bueno en esa fecha. Y también publicidad de la requetebuena,
quizá mejor que la que peregrina hoy en día por los mass media. Ese cine, o esa
película, en su 50 aniversario, era lo que Leicester Square y el Empire
celebraban esos días de 1976.
Desde ese momento, Ramón Novarro y su Ben Hur se convirtieron en una obsesión
indagadora, en un querer saber como un actor de apariencia hispana se había
adelantado tantos años al más viril y épico de los actores de mi adolescencia.
Entonces supe que se trató de una producción en la que todo fue extraordinario,
incluso los extras, como recogía una revista de la época en una crónica explicativa de lo
que había representado tan colosal rodaje. Según la revista, con motivo de la filmación de una de las escenas en la que una galera ahogaba su fuego hundiéndose
en el mar, los extras fueron estimulados poniendo en juego su integridad
física: cuanto más tiempo aguantaran encima de la galera incendiada sin lanzarse al agua, más dinero recibirían.
La culminación personal llegó cuando, una
vez convertido en coleccionista compulsivo de fetiches cinematográficos (yo
prefiero definirme como rescatador de imágenes), descubrí en una tienda de
Barcelona –creo que se llamaba Cinelandia, en la calle Córcega-- el Programa de
Mano troquelado del estreno de 1926, el de la cuadriga con el personaje
articulado que pueden ver reproducido más abajo. Fue la apoteosis y la ruina a
la vez. Un placer para los ojos, la culminación de una fascinación que empezó
en aquel Londres de 1976. Y una devastación para el bolsillo, tengo que reconocerlo.
Andado el tiempo, supe que la maravillosa
cuadriga no era el único Programa utilizado por la cinta en su estreno, sino que fueron varios los diseñados para tal fin. Un ramillete de creaciones que hacen que el Ben Hur de 1926 sea una de las
producciones de mayor diversidad propagandística en esos años de cine
mudo.
A continuación reproducimos algunas piezas, todas ellas pertenecientes al estreno de la cinta en España.
Programa de mano troquelado
Cuadriga con personaje articulado, una de las grandes piezas del coleccionismo cinematográfico
Programa de mano troquelado, portada e interior
Otra de las grandes piezas coleccionistas, incluso algo más raro de ver que el primero.
Display de sobremesa
Programa díptico, portada